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Pequeña historia de una servilleta.

Esta es la pequeña historia de una pequeña historia que una vez un joven escribió en una servilleta. Servilleta en la que ponía “te quiero”. Te quiero, escrito con bolígrafo azul. Era una de esas servilletas en las que puedes leer “gracias por su visita”. Servilleta que él encontró en una pequeña mesa de madera pintada de blanco en una habitación de un hospital. El cómo llegó esa servilleta allí es parte de otra historia que podría servir de prólogo a ésta pero, sinceramente, me niego a contároslo. Él escribió “te quiero” mientras estaba de visita en aquella habitación. Visitaba a una persona en coma. Una joven. Su novia. Él siempre creyó que saldría del coma, y, pensándolo, escribió “te quiero” en una servilleta que, casualmente, encontró en una pequeña mesa de madera pintada de blanco en una habitación de un hospital en el que se encontraba su novia. Pensó que, cuando ella despertase, se alegraría de ver aquella servilleta en la que se podía leer, escrito a mano con bolígrafo azul “te quiero”, y una firma ilegible para los no iniciados en aquello de la interpretación de firmas. Grafología dicen que se llama. Un poco más abajo, también en azul, se podía ver impresa la sentencia “Gracias por su visita”. Planteaos lo siguiente a modo de inciso: ¿Le importa terriblemente al autor de aquella frase que, de hecho, tú hayas visitado ese lugar en concreto, o eres tú quien se muestra bastante interesado en que un señor que desconoces escriba la ya famosa frase en un trozo de papel con el cual, lo más limpio que harás será limpiar tu boca?

El joven se fue de la habitación, ya que de lo contrario nunca jamás hubiera permitido que nadie mancillara de la forma en que sucedería el honor de su servilleta, y con él el de sus sentimientos hacia aquella joven en coma.

La madre de la joven, a la que podemos llamar sin temor a equivocarnos “muerta en vida desde el accidente en moto de su hija” (desde ahora M.E.V.D.E.A.E.M.D.S.H. para abreviar al referirnos a ella) utilizó en un momento dado (siempre después de la visita del novio de la joven) aquella servilleta que encontró sobre la mesa en la cual los más y los menos allegados depositaban ramos de flores y cajas de bombones, para secarse unas lágrimas, otras y otras y despejar cierto conducto para la puesta en práctica de la necesaria actividad de la respiración.

Tuvo el maravilloso detalle de dejar la servilleta doblada tal y como se la encontró en un principio, en la pequeña mesa de madera pintada de blanco en una habitación de un hospital en el que se encontraba su hija.

Sigamos con la pequeña historia de la servilleta: Debido a ciertas deficiencias en el departamento de limpieza del hospital, la habitación de la joven novia y al mismo tiempo hija, hermana y, además, comatosa, no fue limpiada en la semana que seguía al día en el que el joven novio escribió en la servilleta “te quiero” con bolígrafo de color azul. En la semana que seguía al día en el que M.E.V.D.E.A.E.M.D.S.H. limpió sus lágrimas y algo más en la misma servilleta. La amantísima, servil, fiel y cristiana madre. Debido a que la habitación no fue limpiada debido a ciertas deficiencias en el departamento de limpieza del hospital, la servilleta permaneció allí, esperando estoicamente su destino fuese cual fuese, a sabiendas de que ya había sido mucho más útil que cualquiera de sus familiares y/o amigos, hecho del que se sentía orgullosa.

Tras unos días de relativa calma (o probablemente fueron semanas, o quizá horas, porque si hay algo en lo que la cadena evolutiva se cebó con las servilletas fue en la percepción del paso del tiempo), por fin una empleada del departamento de limpieza del hospital vino, limpió, y se marchó al ritmo que marcaba el estridente ruido de las cuatro ruedas de su pequeño y funcional carrito de la limpieza, sucias y mal engrasadas, que hacían que la observación del singular panorama que en aquel hospital se hallaba estuviera encuadrada en un imperfecto marco que hacía sentir angustia e incomodidad a cualquiera de los (obviamente) observadores.

Y así, la servilleta acabó en una planta de reciclajes del sur del país, propiedad de uno de los hombres más influyentes del mismo, sin haber podido llevar a cabo ninguno de sus objetivos, a saber: limpiar determinadas partes del cuerpo de un determinado y anónimo usuario y/o transmitir un mensaje un tanto sentimental, trillado y, a estas alturas de la historia de la humanidad, bastante desprovisto de romanticismo a una persona que ella (la servilleta) desconocía por completo y que, además, se encontraba en un estado tan deplorable que muy a menudo se llegó a plantear (la servilleta, nuevamente) si sería mejor que la persona encargada de recibir su mensaje no lo recibiera con tal de que, por fin, descansara tranquilamente. La Gloria es efímera. Sin embargo, la joven novia y al mismo tiempo hija, hermana, comatosa y, además, receptora de un mensaje que nunca recibiría, ni recibió el “te quiero” ni descansó eterna y tranquilamente.

Por su parte, el ya ex-novio a pesar de las voluntades de ambos miembros de la pareja, cuando volvió a la habitación y sólo encontró una cama vacía y perfectamente hecha, comprendió de forma clara y radical que todo había acabado y supuso, recordando todo lo relacionado con el tema que había leído y/o visto en películas, que ellas estarían, cada una, descansando donde le correspondía. A una la situó en una especie de paraíso, a la otra no logró situarla correctamente. Minutos más tarde, aún en la habitación, y haciendo uso de su exacerbado romanticismo, el joven escribió con su dedo “lo siento” en una de las ventanas empañadas de la habitación, sin saber demasiado bien por qué. Lo único claro es que afuera llovía y hacía frío, y, sin embargo, él tenía calor. Tras irse, confió en que alguien, aunque tampoco supo demasiado bien quién, leyera aquellas dos últimas palabras escritas, pero lo que el joven ex-novio desconocía es que la fuerza de voluntad de los cristales insonorizados por transmitir mensajes era mucho menor que la de las servilletas de algunos bares; y además, el convenio de éstos no registraba el desempeño de ninguna labor ajena a la propia de su cargo: insonorizar habitaciones.


Wao.


Veo que hay otras servilletas_ presentes , con historias. Guapa la historia!
leopanto

Posted by: leopanto en: 9 de Marzo 2006 a las 04:48 PM

Puedes eliminar el commen anterior, please! Te lo agadecería: te he puesto mal mi URL.
Gracias, y por cierto mu bueno tu blog!
leopanto

Posted by: leopanto en: 9 de Marzo 2006 a las 04:50 PM

si me pongo en plan tengo-la-verdad-absoluta te diré que es un texto muy bueno, pero como no puedo hacerlo, te digo solo que me ha gustado mucho

felicidades

Posted by: sirag en: 9 de Marzo 2006 a las 10:31 PM

esta wapo y hare al respecto algo mas...

Posted by: ridar en: 10 de Marzo 2006 a las 06:27 PM

Ya te lo dije ayer, tienes mucho talento tío y despues de haber leido los relatos de los demás sigo quedándome con los tuyos (mala suerte chicos, aunque no lo haceis mal). A ver si más tarde subo algo mío, nos vemos forastero, digo rapero :_DD

Posted by: AntorchasDesdeElEste en: 3 de Mayo 2006 a las 04:28 PM Escribe un comentario









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